Este 20 de abril se celebra el Domingo de Pascua, una de las fechas más significativas del calendario litúrgico cristiano y el momento cumbre de la Semana Santa. La jornada conmemora la Resurrección de Jesús, acontecimiento que constituye el pilar fundamental de la fe católica: el triunfo de la vida sobre la muerte y la promesa de la vida eterna.
A diferencia del clima de recogimiento que domina los días previos, marcados por la Pasión y la Crucifixión, el Domingo de Pascua se vive con un espíritu festivo. Para los creyentes, representa un paso hacia la renovación espiritual y un cambio profundo, tanto personal como colectivo, que se basa en la certeza de que Jesús venció a la muerte y permanece vivo.
Según el Evangelio de San Juan, al tercer día de la crucifixión, María Magdalena se acercó al sepulcro y lo encontró vacío. Luego de dar aviso a los apóstoles Pedro y Juan, y de confirmar la ausencia del cuerpo, fue ella quien presenció la primera aparición de Jesús resucitado. Este hecho confirmó que él era el Hijo de Dios y sentó las bases de la esperanza cristiana en la resurrección y la vida eterna.
Las señales de la Resurrección —el sepulcro vacío y las apariciones de Jesús— no solo consolidan el mensaje del Evangelio, sino que dan sentido a la misión de la Iglesia. El Domingo de Pascua es, así, una fecha de encuentro, de luz y de fe renovada para millones de personas en todo el mundo.
El Domingo de Pascua no solo cierra la Semana Santa, sino que abre un nuevo tiempo litúrgico: el de la Pascua, que se extiende durante cincuenta días hasta Pentecostés. Un tiempo para celebrar, recordar y renovar el mensaje central del cristianismo: la victoria de la vida sobre la muerte.
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